


Una historia en el tiempo y en el arte
Una de las posibilidades más antiguas del arte es contar historias. En épocas y lugares en que la lectura no es un bien común, las imágenes sirven para transmitir a los demás todas las historias posibles: religiosas, heroicas, fantásticas, ejemplares.
En la Edad Media la escritura y la lectura estaban confinadas a un grupo muy reducido de personas. Mucho del conocimiento que se transmitía entonces era a través de la tradición oral (como son los poemas cantados de trovadores y juglares) o bien por medio de imágenes que se plasmaban en tapices, vitrales, muros, tablas o los propios libros.
Las imágenes que vemos aquí cuentan la historia de una rica dama del siglo X que regresa de un viaje por Grecia a su natal Constantinopla para visitar al emperador bizantino. En el segundo cuadro se le ve entregándole regalos al monarca y en el tercero vuelve a aparecer, pero ahora en su vejez, otorgando presentes a un joven monarca. Como en una historieta moderna, los tres tiempos que narran esta historia se reúnen en un mismo espacio pictórico para darle un significado específico a tres acciones de la mujer. La idea del tiempo que aquí vemos es lineal y la historia que nos quieren transmitir cobra sentido sólo si seguimos toda la secuencia de acontecimientos ordenados cronológicamente.
Durante el Románico la iglesia como edificio, con su espacio interior, su compartimentación, sus columnas y pilares, sus bóvedas y cúpulas no es sólo una suma de elementos arquitectónicos relacionados entre sí por leyes funcionales o estéticas. La iglesia, al ser asamblea de cristianos, al ser templo de Dios en la Tierra, debe reflejar el orden universal que emana de la divinidad, y su disposición va más allá de las necesidades puramente constructivas.
La planta de la iglesia románica recuerda la disposición del cuerpo humano y, por extensión, la del cuerpo místico de la cristiandad, del que Cristo es su cabeza visible. El ábside se identifica con el santuario de Dios, con el lugar propio de la revelación divina.
La iglesia y, en general, los diversos edificios religiosos, se convierten por tanto en espacios simbólicos y las representaciones figurativas adquieren una gran capacidad expresiva poco acorde con el anecdotismo. Los programas iconográficos responden comúnmente a una concepción esencial de lo narrativo. Lo individual, lo accidental, lo accesorio, aquello que podría complementar pero no enriquecer significativamente una escena, es abandonado en aras de la claridad expositiva.
La plástica románica es antinaturalista, lo representado no tiene conexión con ningún modelo real, las figuras son rígidas, se doblan y se vuelven con dificultad, lo que en las escenas genera composiciones yuxtapuestas, sin relación, sin formación de grupos. Las posturas son hieráticas y los rostros carecen de expresión, las figuras no tienen volumen y aparecen siempre en posición frontal. Pero todo esto es voluntario por parte del artista medieval que utiliza la metamorfosis o simplemente la deformación para expresar, olvidado ya el culto a la belleza física, toda la espiritualidad de las vivencias religiosas.
Con este concepto docente y decorativo y con esta estética se realizará la pintura románica. Ahora bien, todo ello siempre estará en función de lo representado, de lo que se quiere contar al hombre que, en el interior del templo, alce sus ojos hacia los muros y hacia las bóvedas y pueda, en ellos, recoger un mensaje, un aprendizaje o una visión de la divinidad. Olaguer-Feliu (Olaguer, p.3) distingue cuatro temas principales representados en los frescos románicos. Éstos giran en torno a la “manifestatio”, la “testificatio”, la “narratio” y la iconografía de tipo simbólico.
La “manifestatio” es una manifestación doctrinal que presenta ante el fiel los grandes principios de la religión (especialmente representaciones de la Trinidad, de la Virgen o de la corte celestial), y que aparecen en ábsides y bóvedas.
La “testificatio” es aquella representación con la que se quiere indicar acción y efecto de testificar, la declaración de una verdad. Tales testigos son los apóstoles y santos que, en las partes bajas de los ábsides o en franjas de los muros, dan fe con su presencia y el ejemplo de sus vidas de las verdades representadas en el ábside o en la bóveda.
En estos dos tipos de representaciones las figuras están situadas en un tiempo abstracto, simbolizan lo eterno. Sin embargo, en las narraciones, generalmente ubicadas en extensas filas a lo largo de los muros laterales, se van contando series de episodios del Antiguo Testamento, del Nuevo Testamento, vidas de santos e incluso hechos apocalípticos.
Los temas del Antiguo Testamento más frecuentemente captados en las pinturas románicas suelen girar en torno a la creación, la historia de Caín y Abel, la de Noé y el diluvio y los episodios del Éxodo. Por su parte, los temas más usuales del Nuevo Testamento tienden a girar en torno a la vida de Cristo y, sobre todo, en torno a sus milagros, todos ellos cargados de simbolismo, como, por ejemplo, el de la curación del ciego, el de la curación del paralítico o los de la curación de los leprosos.
Muy importantes dentro de las “narrationes” son las representaciones de la vida de los santos, que vienen a cumplir la función de ejemplarizar al que las contempla sobre cómo encauzar sus vidas dentro de los principios religiosos y morales del cristianismo. Pueden ser, en ocasiones, muy extensas estas narraciones, plasmándonos detalladamente todos los episodios y sufrimientos del santo que se trate; o bien, también en ocasiones, pueden quedar reducidas a una o dos escenas muy significativas de la vida del santo en cuestión.
También en el tipo de tema románico de narratio se podría incluir la plasmación de los asuntos apocalípticos, sobre todo la del juicio final. Lo más usual es que se haga en el muro de los pies de la iglesia, pretendiendo con ello que el fiel, tras el culto en el templo y cuando ya se dirige a la salida, tenga bien presente lo que acontecerá en un futuro imprevisible. Suele narrarse en él la resurrección de los muertos, la venida del Cristo-Juez, el juicio de sus vidas y el castigo y el premio, con mayor o menor plasmación, según los casos, de los tormentos del infierno y de las glorias del paraíso.
Por último, los temas de iconografía simbólica suelen estar muy presentes en todos los frescos románicos; temas simbólicos, por lo común, que se entremezclan (a veces con apariencia decorativa) entre la “manifestatio”, la “testificatio” y la “narratio”. Podrían citarse en este apartado la representación de los meses del año, que son símbolo de la vida humana.
Una de las posibilidades más antiguas del arte es contar historias. En épocas y lugares en que la lectura no es un bien común, las imágenes sirven para transmitir a los demás todas las historias posibles: religiosas, heroicas, fantásticas, ejemplares.
En la Edad Media la escritura y la lectura estaban confinadas a un grupo muy reducido de personas. Mucho del conocimiento que se transmitía entonces era a través de la tradición oral (como son los poemas cantados de trovadores y juglares) o bien por medio de imágenes que se plasmaban en tapices, vitrales, muros, tablas o los propios libros.
Las imágenes que vemos aquí cuentan la historia de una rica dama del siglo X que regresa de un viaje por Grecia a su natal Constantinopla para visitar al emperador bizantino. En el segundo cuadro se le ve entregándole regalos al monarca y en el tercero vuelve a aparecer, pero ahora en su vejez, otorgando presentes a un joven monarca. Como en una historieta moderna, los tres tiempos que narran esta historia se reúnen en un mismo espacio pictórico para darle un significado específico a tres acciones de la mujer. La idea del tiempo que aquí vemos es lineal y la historia que nos quieren transmitir cobra sentido sólo si seguimos toda la secuencia de acontecimientos ordenados cronológicamente.
Durante el Románico la iglesia como edificio, con su espacio interior, su compartimentación, sus columnas y pilares, sus bóvedas y cúpulas no es sólo una suma de elementos arquitectónicos relacionados entre sí por leyes funcionales o estéticas. La iglesia, al ser asamblea de cristianos, al ser templo de Dios en la Tierra, debe reflejar el orden universal que emana de la divinidad, y su disposición va más allá de las necesidades puramente constructivas.
La planta de la iglesia románica recuerda la disposición del cuerpo humano y, por extensión, la del cuerpo místico de la cristiandad, del que Cristo es su cabeza visible. El ábside se identifica con el santuario de Dios, con el lugar propio de la revelación divina.
La iglesia y, en general, los diversos edificios religiosos, se convierten por tanto en espacios simbólicos y las representaciones figurativas adquieren una gran capacidad expresiva poco acorde con el anecdotismo. Los programas iconográficos responden comúnmente a una concepción esencial de lo narrativo. Lo individual, lo accidental, lo accesorio, aquello que podría complementar pero no enriquecer significativamente una escena, es abandonado en aras de la claridad expositiva.
La plástica románica es antinaturalista, lo representado no tiene conexión con ningún modelo real, las figuras son rígidas, se doblan y se vuelven con dificultad, lo que en las escenas genera composiciones yuxtapuestas, sin relación, sin formación de grupos. Las posturas son hieráticas y los rostros carecen de expresión, las figuras no tienen volumen y aparecen siempre en posición frontal. Pero todo esto es voluntario por parte del artista medieval que utiliza la metamorfosis o simplemente la deformación para expresar, olvidado ya el culto a la belleza física, toda la espiritualidad de las vivencias religiosas.
Con este concepto docente y decorativo y con esta estética se realizará la pintura románica. Ahora bien, todo ello siempre estará en función de lo representado, de lo que se quiere contar al hombre que, en el interior del templo, alce sus ojos hacia los muros y hacia las bóvedas y pueda, en ellos, recoger un mensaje, un aprendizaje o una visión de la divinidad. Olaguer-Feliu (Olaguer, p.3) distingue cuatro temas principales representados en los frescos románicos. Éstos giran en torno a la “manifestatio”, la “testificatio”, la “narratio” y la iconografía de tipo simbólico.
La “manifestatio” es una manifestación doctrinal que presenta ante el fiel los grandes principios de la religión (especialmente representaciones de la Trinidad, de la Virgen o de la corte celestial), y que aparecen en ábsides y bóvedas.
La “testificatio” es aquella representación con la que se quiere indicar acción y efecto de testificar, la declaración de una verdad. Tales testigos son los apóstoles y santos que, en las partes bajas de los ábsides o en franjas de los muros, dan fe con su presencia y el ejemplo de sus vidas de las verdades representadas en el ábside o en la bóveda.
En estos dos tipos de representaciones las figuras están situadas en un tiempo abstracto, simbolizan lo eterno. Sin embargo, en las narraciones, generalmente ubicadas en extensas filas a lo largo de los muros laterales, se van contando series de episodios del Antiguo Testamento, del Nuevo Testamento, vidas de santos e incluso hechos apocalípticos.
Los temas del Antiguo Testamento más frecuentemente captados en las pinturas románicas suelen girar en torno a la creación, la historia de Caín y Abel, la de Noé y el diluvio y los episodios del Éxodo. Por su parte, los temas más usuales del Nuevo Testamento tienden a girar en torno a la vida de Cristo y, sobre todo, en torno a sus milagros, todos ellos cargados de simbolismo, como, por ejemplo, el de la curación del ciego, el de la curación del paralítico o los de la curación de los leprosos.
Muy importantes dentro de las “narrationes” son las representaciones de la vida de los santos, que vienen a cumplir la función de ejemplarizar al que las contempla sobre cómo encauzar sus vidas dentro de los principios religiosos y morales del cristianismo. Pueden ser, en ocasiones, muy extensas estas narraciones, plasmándonos detalladamente todos los episodios y sufrimientos del santo que se trate; o bien, también en ocasiones, pueden quedar reducidas a una o dos escenas muy significativas de la vida del santo en cuestión.
También en el tipo de tema románico de narratio se podría incluir la plasmación de los asuntos apocalípticos, sobre todo la del juicio final. Lo más usual es que se haga en el muro de los pies de la iglesia, pretendiendo con ello que el fiel, tras el culto en el templo y cuando ya se dirige a la salida, tenga bien presente lo que acontecerá en un futuro imprevisible. Suele narrarse en él la resurrección de los muertos, la venida del Cristo-Juez, el juicio de sus vidas y el castigo y el premio, con mayor o menor plasmación, según los casos, de los tormentos del infierno y de las glorias del paraíso.
Por último, los temas de iconografía simbólica suelen estar muy presentes en todos los frescos románicos; temas simbólicos, por lo común, que se entremezclan (a veces con apariencia decorativa) entre la “manifestatio”, la “testificatio” y la “narratio”. Podrían citarse en este apartado la representación de los meses del año, que son símbolo de la vida humana.
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