Además del poder de los creadores del programa (que seleccionan a los participantes y establecen las normas del juego), y del poder de los concursantes mismos (que además de su actuación diaria pueden nominar a los demás participantes), el público deja de ser un mero observador y ahora tiene poder para escrutar, opinar y para decidir la expulsión de los concursantes.
Este es otro de los factores que contribuyen al éxito de GH según afirma Gustavo Bueno. El poder que tiene la audiencia de intervenir en las votaciones es similar al poder que tenía el GH en la novela de Orwell. “El público es el guardián del orden moral y su intervención es decisiva para el programa, no tanto por su capacidad de eliminar a los concursantes sino por el poder de ejercer los criterios morales en virtud de los cuales los expulsaba”.[1]
Los telespectadores contribuyen a la construcción del relato como en los juegos de rol, un relato simulador de la vida que se va elaborando de acuerdo con las decisiones de los jugadores. Gerard Imbert relaciona esta participación del público con el teatro de marionetas y con la casa de muñecas, con el sueño infantil de dominar y manipular el mundo. Son estas connotaciones mitológicas las que, combinadas con rasgos modernos, configuran el imaginario audiovisual.[2]
Este es otro de los factores que contribuyen al éxito de GH según afirma Gustavo Bueno. El poder que tiene la audiencia de intervenir en las votaciones es similar al poder que tenía el GH en la novela de Orwell. “El público es el guardián del orden moral y su intervención es decisiva para el programa, no tanto por su capacidad de eliminar a los concursantes sino por el poder de ejercer los criterios morales en virtud de los cuales los expulsaba”.[1]
Los telespectadores contribuyen a la construcción del relato como en los juegos de rol, un relato simulador de la vida que se va elaborando de acuerdo con las decisiones de los jugadores. Gerard Imbert relaciona esta participación del público con el teatro de marionetas y con la casa de muñecas, con el sueño infantil de dominar y manipular el mundo. Son estas connotaciones mitológicas las que, combinadas con rasgos modernos, configuran el imaginario audiovisual.[2]
[1] Bueno, G: Telebasura y democracia. Ediciones B, 2002, p.126.
[2] Imbert, G: “La transparencia posmoderna”. El País, Opinión, 16 de mayo de 2000.
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