Las escaleras de Odessa

Por Clara Aparicio Yoldi
2001

La concentración dramática y estilística de la película alcanza su apogeo en la secuencia de las escaleras de Odessa, donde la población es agredida por la guardia zarista sobre las escalinatas del Palacio de Invierno. En esta secuencia utiliza Eisenstein, como en toda la película, planos de brevísima duración (ciento setenta de los mil doscientos noventa de toda la película). Están combinados estos planos con maestría genial mediante el montaje rítmico, preciso, casi matemático.
Mediante el montaje entrelazado de planos en los que aparece un hombre y una mujer, un rico y un pobre, un personaje que saluda y otro que grita, etc., Eisenstein presenta la solidaridad interclasista que despierta la rebelión del Potemkin.
Combina también mediante el montaje los detalles con la globalidad, estableciendo un contraste entre la impersonal hilera de los soldados avanzando mecánicamente y los primeros planos dolientes de las víctimas de la represión y componiendo así una secuencia de gran patetismo.
El tiempo aparece ralentizado en esta escena, que se prolonga hasta casi seis minutos, para potenciar el angustioso dramatismo.
Los movimientos de la cámara son escasísimos tanto aquí como en toda la película (sólo aparecen dos travellings en esta escena y una larga panorámica oblicua para descubrir a la multitud en el malecón del puerto). No son necesarios ya que el movimiento viene determinado por la acción y el montaje.
El rótulo “De repente” está seguido por cuatro planos de una mujer agitándose de forma convulsa. Tras esta serie de cuatro planos se empieza a descubrir el espacio de la escalinata, presentando imágenes casi diegéticas que funcionan como estímulos perceptivos y emocionales inmediatos. Estas imágenes no están claramente situadas en la historia pero tampoco están fuera del todo como lo estaban las imágenes del matadero en La huelga.
La multitud que baja las escaleras en masa crea la intensidad general de la acción, y dentro de ella se entrecruzan dos líneas de acción paralelas. Una se centra en la maestra con quevedos que se apiña con otros en un grupo. La otra línea presenta a una madre con su niño al que han disparado. Pero la calidad expresiva de estas líneas es distinta, contrasta las actitudes de súplica y de desafío.
Otra línea de acción aparece con la madre que lleva un carrito. Ella recibe un disparo y el carrito del niño cae por la escalinata y sirve para intensificar el movimiento descendente de la multitud.
Eisenstein consiguió insuflar en este drama épico, en el que la masa era el verdadero protagonista, un aliento de grandeza que hace trascender los límites de un episodio histórico concreto para convertirse en la gran epopeya de la rebelión. A pesar del forcejeo y artimañas de las censuras (que en varios países alteraron su montaje y sentido original), esta película consiguió imponerse en todo el mundo como una auténtica e indiscutible obra maestra.

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