El paisaje

El paisaje tal y como hoy lo entendemos, es un descubrimiento moderno, directamente conectado con el romanticismo y con las concepciones científicas ofrecidas por los naturalistas de finales del siglo XVIII y principios del XIX. (Ortega Cantero, 2004)
Un paisaje no puede ser la naturaleza toda sino que ésta tiene que estar acotada, tiene que tener unos límites, y es evidente que sólo la óptica humana convierte el mundo, o determinados trozos del mundo, en paisajes.
El término paisaje conlleva una valoración estética, una cierta idea de lo bello. No se trata pues de un mundo físico objetivo sino un entorno valorado desde complejas categorías culturales.
Reflexionando sobre este tema, señala Francisco Ayala que el llamado paisaje natural es una creación de la pintura de paisajes. Es el ojo humano el que concede categoría de paisaje a lo que está mirando, y lo hace en virtud de una sensibilidad educada, es decir, de una carga cultural previa, una cierta tradición pictórica por ejemplo. (Núñez Florencio, 2003, p.137)
En este caso, Kerouac como creador de paisajes, compone su cuadro, busca el punto de vista más adecuado conforme a sus esquemas o juicios previos de acuerdo con sus disposiciones intelectuales, estéticas o sentimentales.
Es con el romanticismo cuando se da un impulso nuevo y un tono distinto a esa sensibilidad paisajística que existía desde mucho antes. El paisaje, en su forma literaria moderna halla su formalización con el romanticismo, con autores como Rousseau o Chateaubriand.
El acercamiento al paisaje de Alexandre Humboldt responde a la nueva sensibilidad de cuño romántico que estaba arraigando en el ambiente cultural europeo a principios del siglo XIX y a los nuevos modos de entender las cosas, aunando explicación y comprensión, razón y sentimiento, arte y ciencia. Su obra “Cuadros de la naturaleza” (1808) constituye una especie de manifiesto fundacional del paisajismo geográfico moderno.
El libro de Kerouac está lleno de alusiones a paisajes que recuerdan a las pinturas de los paisajistas románticos. Utiliza términos como “campos verdes”, “atardecer rojo”, “verdes praderas”, “dorados trigales”, “rocas anaranjadas”, “lejanías azules”, “rojizas montañas”.
La apropiación del paisaje por la pintura o por los libros los ha convertido en símbolos o emblemas como señala Jose María Ridao, los paisajes pasan a encarnar valores abstractos. (Ridao, 2003)

En uno de sus viajes a través de California, describe así el paisaje:

“Llegó enseguida el crepúsculo, un crepúsculo púrpura sobre viñas, naranjos y campos de melones; el sol de color de uva pisada, cortado con rojo borgoña, los campos color amor y misterios españoles. Saqué la cabeza por la ventanilla y respiré profundamente la fragancia del aire. Fue el más hermoso de todos los momentos”. (p.113, 114)

En su obra Cuadros de la Naturaleza, dedicada a las almas melancólicas, a todos los que quieren alejarse de las miserias humanas y acercarse a los valores naturales, Humboldt nos recuerda: “En la montaña está la libertad” (Ortega cantero, 2004, p.25)
Es muy característico del romanticismo y de la pintura de paisajes el representar al hombre frente a la naturaleza observándola desde un punto de vista elevado para ver el conjunto de todos los elementos. Hay varias ocasiones en el libro en las que el protagonista observa el paisaje desde lo alto de una montaña.
Cuando suben al teatro de la ópera de Central City (en las Montañas Rocosas) escribe:

“En toda la oscura vertiente Este de la divisoria, esta noche sólo había silencio y el susurro del viento, si se exceptúa la hondonada donde hacíamos ruido; y al otro lado de la divisoria estaba la gran vertiente occidental, y la gran meseta que iba a Steamboat Springs, y descendía, y te llevaba al desierto oriental de Colorado y al desierto de Utah; y ahora todo estaba en tinieblas mientras nosotros, unos americanos borrachos y locos en nuestra poderosa tierra, nos agitábamos y hacíamos ruido. Estábamos en el techo de América y lo único que hacíamos era gritar; supongo que no sabíamos hacer otra cosa (…)” (p.85)

Tras su primera estancia en San Francisco, antes de marcharse para volver a Nueva York, decide subirse a una de las montañas de la ciudad y desde allí observa su alrededor:

“He prometido no marcharme sin subir antes a esa montaña. Es decir, a la parte más alta del desfiladero que llevaba misteriosamente al océano Pacífico.
Así que me quedé otro día. Era domingo. Había una gran ola de calor; era un día maravilloso, el sol se puso rojo a las tres. Inicié la ascensión y llegué a la cima a las cuatro. Por todos lados había esos hermosos álamos y eucaliptos de California. Cerca de la cima dejaba de haber árboles; solo rocas y hierba. Hacia la costa había ganado pastando. Allí estaba el Pacífico, a unas cuantas colinas de distancia, azul y enorme y con una gran pared blanca avanzando desde el legendario terreno de patatas donde nacen las nieblas de Frisco. Dentro de una hora la niebla llegaría al Golden Gate y envolvería de blanco la romántica ciudad, y un muchacho llevando a una chica de la mano subiría lentamente por una de sus largas y blancas aceras con una botella de Tokay en el bolsillo. Eso era Frisco; y mujeres muy bellas a la puerta de blancos portales esperando a sus hombres; y la Torre Coit, y el embarcadero y la calle del mercado, y las once prolíficas colinas (…)Y miraba a todas partes como antes había mirado al pequeño mundo de allá abajo. Y ante mí estaba la ruda y enorme y abultada comba de mi continente americano; y en algún sitio muy lejano y sombrío, el frenético Nueva York lanzaba hacia arriba su nube de polvo y de pardo vapor. Hay algo pardo y sagrado en el Este; California es blanca como frívola ropa puesta a secar…o al menos eso pensaba entonces”. (p.112)

En su paso por los montes Techachapi (California) dice:

“Arriba, delante de nosotros, veíamos el paso de Techachapi. Dean cogió el volante y nos llevó hasta la cima del mundo (…) bajamos casi volando hasta el valle de San Joaquín que se extendía unos mil quinientos metros más abajo. Era virtualmente la parte más baja de California, verde y maravillosa desde nuestra plataforma aérea”. (p.214-215)


Bibliografía

KEROUAC, Jack: En el camino. Círculo de Lectores, Barcelona, 1988.

LUCENA GIRALDO, Manuel: Diez estudios sobre literatura de viajes. Madrid. Consejo superior de investigaciones científicas (CSIC), 2006.

NÚÑEZ FLORENCIO, Rafael: “Vivencia y filosofía del paisaje. En torno a la naturaleza como creación cultural”, Revista de Occidente, nº 269, octubre 2003, p. 135-152.

ORTEGA CANTERO, Nicolás: “Naturaleza y cultura en la visión geográfica moderna del paisaje”, en Ortega Cantero, N., Naturaleza y cultura del paisaje. Universidad Autónoma de Madrid, Servicio de Publicaciones, 2004, p. 9-35.

RIDAO, José María: “Las razones del viajero”, en El pasajero de Montauban, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2003, p. 9-25.

No hay comentarios: