

Cuando regresa de París, desencantado con el surrealismo, Saura empieza a plantearse la forma en que la imagen llega al cuadro, cuestión que desarrollará sin cesar desde mediados de los años cincuenta en sus obras Retratos imaginarios, Los perros de Goya, Multitudes y Crucifixiones. Son esquemas figurativos que evocan cuerpos.
“Cuando me alejé del surrealismo, me hice con un tema- el cuerpo femenino- como matriz en construcciones pictóricas en blanco y negro. Trabajé con él durante mucho tiempo y, poco a poco, otros temas comenzaron a asociársele, ¿De dónde provenían? Del Prado. Estaba el Cristo de Velázquez, un retrato de Felipe II que se atribuía entonces a Sánchez Coello y las pinturas negras de Goya. Estos cuadros fueron decisivos para mí desde la infancia, desde que mi padre me llevó al Prado”.[1]
Saura siempre ha pintado por series, y cada una de ellas le ha ocupado varios años. El tema de la crucifixión se hace constante en su obra desde 1956 hasta 1996. La serie de las crucifixiones explora diferentes técnicas y tres tonos principales: el negro, el blanco y el gris. Sólo a partir de 1960 comienza a utilizar otros colores como el ocre y el rojo.
Una de las características de la pintura informalista es la imposibilidad de encontrar, en muchos artistas, cuadros clave que puedan marcar un hito en su evolución.
“Cada obra viene supeditada a las anteriores o posteriores como prueba de una manifestación vital donde una acción sería la sucesión de otra, transformándose así la obra del pintor en una cadena serial, en un conjunto de conjuntos”.[2]
En las primeras telas de la serie, de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, había un nudo, una red, cuya tensa concentración desgajándose de un fondo plano, liso, tuviera por función negarlo. En las series más recientes el tono se hace más vehemente, más tumultuoso, la carne está al borde de la desintegración, apareciendo en lo sucesivo, una especie de arrebato, de precipitación, de sobrecarga de pulsaciones, de violencia más focalizada, menos dispersa.
[1] Saura, A., 2002, pp.39-40.
[2] Saura, A., 1999, p.16.
“Cuando me alejé del surrealismo, me hice con un tema- el cuerpo femenino- como matriz en construcciones pictóricas en blanco y negro. Trabajé con él durante mucho tiempo y, poco a poco, otros temas comenzaron a asociársele, ¿De dónde provenían? Del Prado. Estaba el Cristo de Velázquez, un retrato de Felipe II que se atribuía entonces a Sánchez Coello y las pinturas negras de Goya. Estos cuadros fueron decisivos para mí desde la infancia, desde que mi padre me llevó al Prado”.[1]
Saura siempre ha pintado por series, y cada una de ellas le ha ocupado varios años. El tema de la crucifixión se hace constante en su obra desde 1956 hasta 1996. La serie de las crucifixiones explora diferentes técnicas y tres tonos principales: el negro, el blanco y el gris. Sólo a partir de 1960 comienza a utilizar otros colores como el ocre y el rojo.
Una de las características de la pintura informalista es la imposibilidad de encontrar, en muchos artistas, cuadros clave que puedan marcar un hito en su evolución.
“Cada obra viene supeditada a las anteriores o posteriores como prueba de una manifestación vital donde una acción sería la sucesión de otra, transformándose así la obra del pintor en una cadena serial, en un conjunto de conjuntos”.[2]
En las primeras telas de la serie, de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, había un nudo, una red, cuya tensa concentración desgajándose de un fondo plano, liso, tuviera por función negarlo. En las series más recientes el tono se hace más vehemente, más tumultuoso, la carne está al borde de la desintegración, apareciendo en lo sucesivo, una especie de arrebato, de precipitación, de sobrecarga de pulsaciones, de violencia más focalizada, menos dispersa.
[1] Saura, A., 2002, pp.39-40.
[2] Saura, A., 1999, p.16.
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