
Por Clara Aparicio Yoldi
Octubre 2001
“The language of images finds a more direct access to the unconscious, where prejudices slumber; it coins us far more strongly than words”[1].
La siguiente instalación que aguarda al visitante es otra habitación cuadrangular, cubierta con una moqueta, que invita al espectador a sentarse y entregarse a la seducción del espectáculo de la proyección de espejo que se dobla en una equina.
Grabado casi en su totalidad debajo del agua, este vídeo nos atrapa en un mundo acuático subterráneo. A través de una mirada ojo de pez somos seducidos por escenas marítimas de extremo placer. Sensualmente vemos caer al fondo del mar diversos objetos domésticos (una tetera, una taza, un juguete, un elepé, una televisión...). Además un bebé, un cuerpo de mujer y otro de hombre son vistos a través de las olas.
Esta instalación nos envuelve además con una versión de la balada de Chris Isaac: Wicked game, interpretada por la propia artista. Es una versión desgarrada donde una voz grita: “No I dón´t wanna fall in love” y su acompañamiento, la voz de la razón, añade: “This girl is only gonna break your heart”. Y nosotros sentimos que incluso en ese paraíso subacuático es posible la inquietud.
El espectador se sumerge en esta obra de arte casi total (fusión de imágenes en movimiento y música) que produce un efecto catártico. El ritmo lento de la melodía está acorde con el ritmo lento de las imágenes bajo el agua. La duración de la balada es menor que la del vídeo. Al finalizar cada uno de ellos vuelve a empezar, por lo que las distintas imágenes de la proyección coinciden cada vez con distintas partes de la canción. Así se producen diferentes sensaciones en el espectador cada vez que ve el vídeo.
La dualidad emocional del deseo viene representada por la doble proyección, la doble voz y por la contradicción que siente el espectador al ver que sus objetos domésticos se van a pique como si fueran juguetes de niños. La artista juega también con imágenes en las que une dos elementos que al aparecer juntos pueden chocar a la vista, ya que en la realidad nunca aparecen asociados: un primer plano de un sexo femenino con un pequeño globo terráqueo, o un primer plano de un pie con un pequeño muñeco tumbado entre sus dedos.
También puede observarse en esta obra el enfrentamiento entre nuestra civilización, llena de objetos propios de la sociedad de consumo (recuerda a los elementos del Pop-Art) y la inmensidad de la naturaleza. Esa necesidad de escapar de nuestro mundo civilizado sumergiéndonos en el profundo océano.
Vuelven a aparecer elementos tan característicos de su arte como el cuerpo, el deseo y el sexo. Es una invitación a participar en este juego de deseo sexual, propia del feminismo pro-sex. Hay un cambio de sentimiento hacia el cuerpo femenino. Ella exhibe sus propias experiencias libre de prejuicio, afirmando su sexo, el resto es el prejuicio de los demás.
La estética, como siempre, está próxima a la del Pop-Art, con esos colores llamativos propios de la publicidad de la sociedad de masas (el bañador amarillo, el agua azul, los peces de colores, los corales...).
El lenguaje es próximo al del videoclip, con un montaje de imágenes de breve duración, más próximos a la subjetividad del artista (sorbe “mi” océano) que a la narratividad propia del lenguaje cinematográfico, con deformaciones y juegos ópticos. Son espectaculares los primerísimos planos que aparecen de un ojo con sus pestañas, de un rostro o de una boca.
[1] “El lenguaje de las imágenes encuentra un acceso más directo al subconsciente, donde los prejuicios sucumben, nos llevan lejos más fuertemente que las palabras”. En Pipilotti Rist, Phaidon, 2001, p. 90.
“The language of images finds a more direct access to the unconscious, where prejudices slumber; it coins us far more strongly than words”[1].
La siguiente instalación que aguarda al visitante es otra habitación cuadrangular, cubierta con una moqueta, que invita al espectador a sentarse y entregarse a la seducción del espectáculo de la proyección de espejo que se dobla en una equina.
Grabado casi en su totalidad debajo del agua, este vídeo nos atrapa en un mundo acuático subterráneo. A través de una mirada ojo de pez somos seducidos por escenas marítimas de extremo placer. Sensualmente vemos caer al fondo del mar diversos objetos domésticos (una tetera, una taza, un juguete, un elepé, una televisión...). Además un bebé, un cuerpo de mujer y otro de hombre son vistos a través de las olas.
Esta instalación nos envuelve además con una versión de la balada de Chris Isaac: Wicked game, interpretada por la propia artista. Es una versión desgarrada donde una voz grita: “No I dón´t wanna fall in love” y su acompañamiento, la voz de la razón, añade: “This girl is only gonna break your heart”. Y nosotros sentimos que incluso en ese paraíso subacuático es posible la inquietud.
El espectador se sumerge en esta obra de arte casi total (fusión de imágenes en movimiento y música) que produce un efecto catártico. El ritmo lento de la melodía está acorde con el ritmo lento de las imágenes bajo el agua. La duración de la balada es menor que la del vídeo. Al finalizar cada uno de ellos vuelve a empezar, por lo que las distintas imágenes de la proyección coinciden cada vez con distintas partes de la canción. Así se producen diferentes sensaciones en el espectador cada vez que ve el vídeo.
La dualidad emocional del deseo viene representada por la doble proyección, la doble voz y por la contradicción que siente el espectador al ver que sus objetos domésticos se van a pique como si fueran juguetes de niños. La artista juega también con imágenes en las que une dos elementos que al aparecer juntos pueden chocar a la vista, ya que en la realidad nunca aparecen asociados: un primer plano de un sexo femenino con un pequeño globo terráqueo, o un primer plano de un pie con un pequeño muñeco tumbado entre sus dedos.
También puede observarse en esta obra el enfrentamiento entre nuestra civilización, llena de objetos propios de la sociedad de consumo (recuerda a los elementos del Pop-Art) y la inmensidad de la naturaleza. Esa necesidad de escapar de nuestro mundo civilizado sumergiéndonos en el profundo océano.
Vuelven a aparecer elementos tan característicos de su arte como el cuerpo, el deseo y el sexo. Es una invitación a participar en este juego de deseo sexual, propia del feminismo pro-sex. Hay un cambio de sentimiento hacia el cuerpo femenino. Ella exhibe sus propias experiencias libre de prejuicio, afirmando su sexo, el resto es el prejuicio de los demás.
La estética, como siempre, está próxima a la del Pop-Art, con esos colores llamativos propios de la publicidad de la sociedad de masas (el bañador amarillo, el agua azul, los peces de colores, los corales...).
El lenguaje es próximo al del videoclip, con un montaje de imágenes de breve duración, más próximos a la subjetividad del artista (sorbe “mi” océano) que a la narratividad propia del lenguaje cinematográfico, con deformaciones y juegos ópticos. Son espectaculares los primerísimos planos que aparecen de un ojo con sus pestañas, de un rostro o de una boca.
[1] “El lenguaje de las imágenes encuentra un acceso más directo al subconsciente, donde los prejuicios sucumben, nos llevan lejos más fuertemente que las palabras”. En Pipilotti Rist, Phaidon, 2001, p. 90.
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