
Por Clara Aparicio Yoldi
Octubre 2001
Esta vez la pantalla se sitúa en medio de la habitación oscura y muestra, en una proyección vertical, a una mujer (la propia artista) que se desplaza por espacios civilizados típicos de nuestra sociedad (el autobús, el supermercado, el apartamento...), mientras que otra proyección más pequeña sobre su frente nos muestra a hombres y mujeres desnudos en un bosque.
Esta obra capta la “perversidad” de la fantasía en la vida cotidiana. El subconsciente siempre está ahí, incluso cuando hacemos nuestras tareas diarias.
Quizás sea aquí donde más claramente se muestra ese enfrentamiento entre la civilización y nuestra propia naturaleza salvaje, nuestros instintos.
En esta sociedad tecnológica en la que nuestras facultades creativas se encuentran adormecidas, en la que acechan los peligrosos efectos de una cultura predominantemente cerebral, la artista reivindica nuestros orígenes salvajes e instintivos, nuestra propia naturaleza.
Esta contradicción entre persona civilizada y animal salvaje que todos encontramos en nuestro interior, aparece también en la propia obra de Pipilotti, donde contrastan los avances tecnológicos que utiliza como material con la necesidad de expresar su naturaleza creativa (es la dualidad entre el progreso y la vuelta al origen).
Esa necesidad de libertad, esa sensación de ser animales salvajes encerrados en ese espacio tan “pequeño” de la “gran ciudad”, es característica de nuestra época, en la que la incomunicación y la soledad de la vida urbana, la diversidad, la multitud de medios y la velocidad de los avances tecnológicos se hacen insoportables. Sólo nuestra mente creativa, el arte, puede salvarnos. Esa necesidad de expresión de la artista quizás explique que aparezca ella misma en primer plano, contándonos esto con su propio rostro.
La mujer del vídeo está absorta, como hipnotizada, en su minimizada naturaleza salvaje, añorándola, y se mueve con apatía, con escepticismo, con conformismo, como una autómata, por esos espacios cotidianos que muestran la rutina de la vida en sociedad.
Mientras, en la pequeña imagen proyectada en su frente, hombres y mujeres desnudos sonríen alegremente rodeados de hojas verdes, y contrastando así con el entorno que rodea a la protagonista: un autobús lleno de gente, un supermercado (propio de la sociedad de consumo) o una autopista llena de coches.
La velocidad del vídeo vuelve a ser lenta, tanto en el rostro del primer plano como en el fondo.
La artista sostiene la cámara y se graba a sí misma con un movimiento suave pero continuo. Nos va mostrando todo lo que le rodea pero sin perder nunca de vista el primer plano de su rostro. Mueve la cámara horizontalmente, verticalmente, rodeándose o siguiéndose, creando unos efectos líricos de gran belleza.
Otra vez los colores vuelven a ser llamativos y brillantes: en la ropa de los personajes, en la fruta y productos del supermercado, etc.
La música, compuesta también por la artista, se basa en estructuras repetitivas. Utiliza sonidos electrónicos, propios de la época contemporánea, que contrastan con la melodía suave de la armónica.
Esta vez la pantalla se sitúa en medio de la habitación oscura y muestra, en una proyección vertical, a una mujer (la propia artista) que se desplaza por espacios civilizados típicos de nuestra sociedad (el autobús, el supermercado, el apartamento...), mientras que otra proyección más pequeña sobre su frente nos muestra a hombres y mujeres desnudos en un bosque.
Esta obra capta la “perversidad” de la fantasía en la vida cotidiana. El subconsciente siempre está ahí, incluso cuando hacemos nuestras tareas diarias.
Quizás sea aquí donde más claramente se muestra ese enfrentamiento entre la civilización y nuestra propia naturaleza salvaje, nuestros instintos.
En esta sociedad tecnológica en la que nuestras facultades creativas se encuentran adormecidas, en la que acechan los peligrosos efectos de una cultura predominantemente cerebral, la artista reivindica nuestros orígenes salvajes e instintivos, nuestra propia naturaleza.
Esta contradicción entre persona civilizada y animal salvaje que todos encontramos en nuestro interior, aparece también en la propia obra de Pipilotti, donde contrastan los avances tecnológicos que utiliza como material con la necesidad de expresar su naturaleza creativa (es la dualidad entre el progreso y la vuelta al origen).
Esa necesidad de libertad, esa sensación de ser animales salvajes encerrados en ese espacio tan “pequeño” de la “gran ciudad”, es característica de nuestra época, en la que la incomunicación y la soledad de la vida urbana, la diversidad, la multitud de medios y la velocidad de los avances tecnológicos se hacen insoportables. Sólo nuestra mente creativa, el arte, puede salvarnos. Esa necesidad de expresión de la artista quizás explique que aparezca ella misma en primer plano, contándonos esto con su propio rostro.
La mujer del vídeo está absorta, como hipnotizada, en su minimizada naturaleza salvaje, añorándola, y se mueve con apatía, con escepticismo, con conformismo, como una autómata, por esos espacios cotidianos que muestran la rutina de la vida en sociedad.
Mientras, en la pequeña imagen proyectada en su frente, hombres y mujeres desnudos sonríen alegremente rodeados de hojas verdes, y contrastando así con el entorno que rodea a la protagonista: un autobús lleno de gente, un supermercado (propio de la sociedad de consumo) o una autopista llena de coches.
La velocidad del vídeo vuelve a ser lenta, tanto en el rostro del primer plano como en el fondo.
La artista sostiene la cámara y se graba a sí misma con un movimiento suave pero continuo. Nos va mostrando todo lo que le rodea pero sin perder nunca de vista el primer plano de su rostro. Mueve la cámara horizontalmente, verticalmente, rodeándose o siguiéndose, creando unos efectos líricos de gran belleza.
Otra vez los colores vuelven a ser llamativos y brillantes: en la ropa de los personajes, en la fruta y productos del supermercado, etc.
La música, compuesta también por la artista, se basa en estructuras repetitivas. Utiliza sonidos electrónicos, propios de la época contemporánea, que contrastan con la melodía suave de la armónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario