
Por Clara Aparicio Yoldi
Octubre 2001
Es en esta última instalación donde más claramente puede observarse esa complicidad de la artista con su público. Ella invita al espectador a entrar en una habitación con una iconografía y una estética pop: un sofá, un sillón, una lámpara, un cuadro de la artista y un mando a distancia sobredimensionados. Sólo la televisión (icono de nuestra cultura de masas) tiene un tamaño real. La artista vuelve a hacer un guiño a toda una generación para la que la televisión y en general todos los mecanismos audiovisuales de los mass-media forman parte de su infancia y su existencia cotidiana.
Esta última obra de Pipilotti está influenciada por la obra: La poética del espacio (1958), de Gaston Bachelard. En ella, este filósofo francés explica cómo la arquitectura doméstica responde a los deseos humanos de intimidad. Parece que ambos están obsesionados por los secretos.
Pipilotti explica en este párrafo lo que siente al exponer su arte. Sus palabras nos dicen mucho sobre esta habitación y en general sobre todas sus obras: “I love looking into other people´s handbags; they reveal their secrets and tell me a lot about their owners´characters, about their wishes and fears. Exhibiting my art is like letting people take a look into my bag”[1].
El espectador tiene la oportunidad de sentarse en estos gigantes sofás y sentirse tan pequeño como un niño (sentimiento que recuerda a Alicia en el País de las Maravillas), coger el mando a distancia y cambiar los canales. En ellos se emiten grabaciones electrónicas y fragmentos de las instalaciones de la artista. En los vídeos expuestos vuelven a encontrarse características constantes de su obra: la feminidad, la sexualidad y la celebración del cuerpo y de sus sentidos (en Pickelporno), la gran influencia de los vídeos musicales de la MTV (en I´m not the girl who misses much), etc.
Controlar el mando produce al espectador una sensación de poder. El mando a distancia y el zapping son también representativos de nuestro tiempo, de la dispersión, de la velocidad, de la incapacidad de abarcar todo, del agobio de la época contemporánea.
Otra vez la desproporción. Los objetos sobredimensionados son típicos de nuestro propio entorno, de la vida cotidiana. La civilización vuelve a atraparnos, el hombre es pequeño frente a la gran ciudad, y el único medio de escape aquí es la televisión, entendida quizás como la mente creativa de la artista, que contiene sus vídeos, su modo de expresión.
Aún así, la artista propone esta confrontación con humor, combinando el placer extremo y la inquietud con absoluta armonía.
Quizás ahora comprendamos mejor la elección de Pipilotti Rist y su espectáculo seductor, “desenfadado” y tan próximo a nuestra época, para exponer su obra ante un público todavía poco acostumbrado al arte sobre soportes audiovisuales.
[1] “Me encanta mirar en los bolsos de la gente. Me revelan muchos secretos y me dicen mucho sobre el carácter de sus dueños, sobre sus deseos y miedos. Exhibir arte es como dejar a la gente echar un vistazo dentro de tu bolso”. En Pipilotti Rist, Phaidon, 2001, p.20.
Es en esta última instalación donde más claramente puede observarse esa complicidad de la artista con su público. Ella invita al espectador a entrar en una habitación con una iconografía y una estética pop: un sofá, un sillón, una lámpara, un cuadro de la artista y un mando a distancia sobredimensionados. Sólo la televisión (icono de nuestra cultura de masas) tiene un tamaño real. La artista vuelve a hacer un guiño a toda una generación para la que la televisión y en general todos los mecanismos audiovisuales de los mass-media forman parte de su infancia y su existencia cotidiana.
Esta última obra de Pipilotti está influenciada por la obra: La poética del espacio (1958), de Gaston Bachelard. En ella, este filósofo francés explica cómo la arquitectura doméstica responde a los deseos humanos de intimidad. Parece que ambos están obsesionados por los secretos.
Pipilotti explica en este párrafo lo que siente al exponer su arte. Sus palabras nos dicen mucho sobre esta habitación y en general sobre todas sus obras: “I love looking into other people´s handbags; they reveal their secrets and tell me a lot about their owners´characters, about their wishes and fears. Exhibiting my art is like letting people take a look into my bag”[1].
El espectador tiene la oportunidad de sentarse en estos gigantes sofás y sentirse tan pequeño como un niño (sentimiento que recuerda a Alicia en el País de las Maravillas), coger el mando a distancia y cambiar los canales. En ellos se emiten grabaciones electrónicas y fragmentos de las instalaciones de la artista. En los vídeos expuestos vuelven a encontrarse características constantes de su obra: la feminidad, la sexualidad y la celebración del cuerpo y de sus sentidos (en Pickelporno), la gran influencia de los vídeos musicales de la MTV (en I´m not the girl who misses much), etc.
Controlar el mando produce al espectador una sensación de poder. El mando a distancia y el zapping son también representativos de nuestro tiempo, de la dispersión, de la velocidad, de la incapacidad de abarcar todo, del agobio de la época contemporánea.
Otra vez la desproporción. Los objetos sobredimensionados son típicos de nuestro propio entorno, de la vida cotidiana. La civilización vuelve a atraparnos, el hombre es pequeño frente a la gran ciudad, y el único medio de escape aquí es la televisión, entendida quizás como la mente creativa de la artista, que contiene sus vídeos, su modo de expresión.
Aún así, la artista propone esta confrontación con humor, combinando el placer extremo y la inquietud con absoluta armonía.
Quizás ahora comprendamos mejor la elección de Pipilotti Rist y su espectáculo seductor, “desenfadado” y tan próximo a nuestra época, para exponer su obra ante un público todavía poco acostumbrado al arte sobre soportes audiovisuales.
[1] “Me encanta mirar en los bolsos de la gente. Me revelan muchos secretos y me dicen mucho sobre el carácter de sus dueños, sobre sus deseos y miedos. Exhibir arte es como dejar a la gente echar un vistazo dentro de tu bolso”. En Pipilotti Rist, Phaidon, 2001, p.20.
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