Edad Moderna



























El tiempo en la historia sagrada, humana y natural


La agonía en el jardín es una representación del pasaje bíblico en el que, mientras Cristo reza y sus apóstoles duermen, Judas y un destacamento de soldados se aproximan para apresar al profeta. En esta obra del siglo XV, el pintor renacentista Andrea Mantegna nos muestra el tiempo en distintas duraciones.
El paisaje muestra las capas geológicas que han conformado cada peñasco, cada montículo, a lo largo de miles de siglos. En estas rocas vemos el tiempo de la Tierra. Quizás es un recordatorio de que la historia de los hombres, de apenas unos cuantos miles de años, es insignificante en relación a la historia natural o, si lo ponemos en el contexto cristiano, al tiempo de la Creación.
También encontramos en esta imagen el tiempo más corto de los hombres. El movimiento corporal con el que Judas y los soldados se dirigen al lugar donde se encuentra Cristo sucede en un tiempo "real", sabemos que, en cualquier momento, llegarán a cumplir con la orden de aprehensión.
¿Y cómo calificar la sensación temporal de aquellos que duermen, o de quien se abstrae en un momento de oración? En el sueño, el tiempo se detiene, se mantiene suspendido hasta que despertamos. A veces no podemos saber si hemos dormido una o diez horas. Algo similar sucede cuando rezamos.
Todos estos tiempos confluirán en un momento climático: el apresamiento de Cristo, que parece inevitable. Es interesante notar cómo en el Renacimiento, cuando el Hombre se convierte en el centro del Universo y vuelve a verse al mundo natural con una óptica más cientificista, pudo hacerse este cuadro, en donde el artista hace una alusión directa al tiempo, o la historia, de los hombres y de la Naturaleza.
Durante la época del Renacimiento se forman las diferencias de comprensión del tiempo entre Oriente y Occidente. Europa, a diferencia de Bizancio, inicia el camino hacia una nueva concepción del mundo. En el año 1204, tras la conquista temporal de Constantinopla por parte de los cruzados, la separación de Bizancio de Europa se hace aún más profunda e irreconciliable.
La diferente aproximación al concepto del tiempo ha delimitado la diferencia de referirse al mundo, a los acontecimientos que en él han tenido lugar, al papel del hombre en estos acontecimientos. Como consecuencia, han cambiado los objetivos y el sentido del arte representativo en Bizancio y en la Europa Occidental, hecho por el que se formaron de manera esencial diferentes modos de aceptación representativa, utilizados, respectivamente, por los pintores de la Europa Occidental y por los pintores de iconos de los países ortodoxos.
La época del Renacimiento suscita la comprensión de la historia, separando la historia sacra de la secular. En las fuentes de la historia en cuanto ciencia están los grandes italianos de los siglos XIV y XV: Francisco Tetrarca, Leonardo Bruni y Lorenzo Balla. Éste último tiene como uno de sus objetivos el renacimiento del latín clásico, en el cual la filosofía, la retórica y el lenguaje son inseparables. Y se vuelve no sólo a la herencia de la antigüedad, sino que también sigue las causas del “deterioro de la lengua” y de la caída de la cultura en un “siglo bárbaro”. Esto conduce al descubrimiento de la retrospectiva histórica y del tiempo histórico.
El tiempo comienza a ser referido al cambio, a la unión causa-efecto de los acontecimientos en su sucesión histórica. Nace la concepción de la continuidad histórica, y en relación con todo ello aparece la comprensión de la profundidad del tiempo: la retrospectiva.
El descubrimiento de la retrospectiva y del tiempo histórico coincide, prácticamente, con el nacimiento de la ciencia sobre la perspectiva espacial y con el descubrimiento de la perspectiva lineal.
El reconocimiento de la localización espacio-temporal de los acontecimientos conduce al hecho de que en los cuadros de los pintores europeos desaparezcan las escenas donde algunos hechos que sucedían en diferente época se presentaban juntos. Así, en el fresco de Giotto de La Natividad de María vemos a la recién nacida en dos lugares al mismo tiempo: en manos de la comadrona, en la escena de abajo y junto a la madre, en la de arriba. Los ejemplos de esta clase son muchísimos.
La nueva relación con el tiempo y el nuevo pensamiento teológico que reconoce al hombre la libertad de su voluntad, a través de la cual se realiza el proyecto divino, da a luz un hombre nuevo: el hombre consciente de la acción. El hombre que crea su historia junto a los demás, la historia de su pueblo.
Todo esto tiene un efecto inmediato sobre el arte representativo. Los pintores comienzan a estudiar el movimiento del cuerpo humano, los cambios de su aspecto exterior, condicionados por el estado de ánimo (ira, alegría, risa, dolor) o por los procesos de envejecimiento. En este campo se hacen descubrimientos fundamentales: se comprende el papel de los músculos y su especialización.
La concepción del movimiento como contradicción del equilibrio aporta nuevas formas de composición, como, por ejemplo, el desplazamiento del centro de gravedad del cuerpo, la representación sobre el cuadro del gesto no acabado, que es aceptado por el espectador como movimiento continuo.
El hombre pasivo de la época gótica va cambiado por otro hombre: el hombre que expresa libremente su voluntad. La prontitud en la acción, el movimiento, se representa con los músculos tensos, con la expresión del rostro y de los ojos. Al mirar el cuadro esperamos la acción. Gracias a este esperar, el cuadro está vivo, en él se siente el latido del tiempo.
En la Europa oriental se conserva en cambio la concepción primitiva del tiempo y de la historia, heredada una vez más de los Padres de la Iglesia (San Agustín y otros). La vida del hombre es un tiempo que tiene su inicio y su final desde el momento de la creación del hombre por Dios hasta la segunda venida de Jesucristo. El acontecimiento que separa la historia en dos partes (la antigua y la nueva) es el nacimiento de Jesucristo, la encarnación de Dios bajo la forma humana.
Antes de la creación del mundo el tiempo no existía. El tiempo es un concepto inaplicable a Dios. De Dios no puede decirse “era” o “es” o “será”: Dios es eterno, todo presente e inmutable. Dios no envejece, no cambia.
En los iconos bizantinos y rusos este hecho se hace evidente con tres letras griegas en la aureola de Cristo, dentro de la cual se pinta la cruz. En ruso se traduce por “existente”, el que “ha sido siempre”, “siempre es” y “siempre será”, y hace referencia al nombre de Dios en el Antiguo Testamento: Yahvéh, el Existente.
Dios creó el mundo y el tiempo se “inició”. El tiempo se inició y se acabará cuando se produzca la segunda venida de Jesucristo, “cuando el tiempo ya no será más”. De este modo, también el tiempo mismo resulta ser algo “temporal”, algo que pasa. Es como una pieza más en lo profundo de la eternidad sobre la cual Dios realiza su proyecto, creó a Adán conociendo desde el inicio la suerte de sus descendientes. Y todo acontecimiento de la vida de los hombres es expresión de la omnipotencia de Dios, y de ningún modo resultado de la acción autónoma de los hombres.
El plan divino existe ya en su plenitud, en la cual encuentra lugar todo: el tiempo, la historia, la vida, todos los objetos, todos los hombres, todos los acontecimientos, y todo tiene su lugar bien delimitado. De este modo, la causa de cualquier hecho no se explica en nuestro mundo terrenal, sino que ya existe, pero en otro mundo. Dios es la fuente de todo, de lo que ya ha existido y de lo que aún existirá.
La vida terrenal de la humanidad es un espacio entre la creación del mundo y la segunda venida, es una prueba antes de la eternidad, cuando el tiempo ya no será más. A los que venzan durante esta prueba les espera la vida eterna. Los santos, representados en los iconos antiguos, ya son considerados dignos de esta vida eterna en la cual no hay movimiento ni cambio, en el sentido habitual de estas palabras. Los dedos de la mano derecha que bendicen son un mensaje de un reino que no se encuentra en este mundo. Dedos muy finos, alzados sin ningún esfuerzo ni tensión. No tienen peso, porque en aquel mundo no existe gravedad. La mirada del santo del icono es una mirada de la eternidad. Esta mirada no está oscurecida por las pasiones, y sólo en momentos de lucidez espiritual podemos responder a esta mirada. Y por ello, los ojos que nos miran desde los iconos nos producen tanto temor, y nos inculcan inquietud, temor, esperanza.
Lo que se representa en los antiguos iconos rusos no se somete ni a la localización espacial ni a la temporal. La imagen está fuera del espacio y fuera del tiempo. He aquí una de las imágenes de Andrei Rublev: Cristo Salvador.
Los ojos se vuelven hacia nosotros desde la eternidad: lo ven todo, lo comprenden todo, lo abarcan todo. Y precisamente porque en la mirada del Salvador puede encontrarse todo, a Él pueden convertirse todos y siempre.
Esta específica comprensión del tiempo y del espacio en la iconografía rusa antigua tenía un carácter principalmente dogmático.

1 comentario:

Anónimo dijo...

con tristeza saber que ahora es el recuerdo de un gran sacrificio planeado. unos cuantos pincelasos tratan de representar un momento que talvez fue mas que previsto para que tengamos paz ahora