La tela como campo de batalla

Saura pinta con rapidez, como en una especie de trance controlado, con elegancia, mediante pinceladas enfebrecidas, como una forma de refutar lo sagrado. Como dice el propio Saura:

“Surgida de una necesidad de libertad, un intenso espíritu de aventura, la pintura informalista, realizada en el éxtasis, o en el vértigo, o bajo una comunión casi mística con el vacío o la materia, es necesario contemplarla teniendo en cuenta que su belleza plástica es ajena por completo al concepto de belleza tradicional. Su mundo está formado de texturas sorprendentes, de técnicas y materias insólitas, de pasión, insurrección y protesta, de actos de amor y de inconformismo”.[1]

Juan Eduardo Cirlot, uno de los principales defensores del informalismo en España describe así en uno de los boletines de El Paso la forma de pintar de Saura:

“Sacrifica todo factor sensual en su arte y se exige a sí mismo una creación pura, desnuda, cruel en su fanatismo”.[2]

“Vemos en sus imágenes, con igual valor, aspectos de construcción y destrucción, de amor y de odio, de luz y de tiniebla, de abstracción y de metafiguaración en anchas pinceladas, libres y entrecortadas, que sostienen un combate eterno, como el de los entrelazados del arte viquingo”.[3]

Para Saura “la tela es un campo de batalla” y lo que le interesa “es la materia convulsionada bajo una voluntad de acción”. La pintura de Saura en su activismo no se revela sólo contra el arte retardatario, sino también contra las formas vanguardistas ya superadas, contra la atormentada sensualidad surrealista y contra el seco intelectualismo del arte abstracto.
Saura cada vez utiliza superficies más grandes para que el gesto pictórico pueda alcanzar la liberación total, sin embargo siempre está sujeto a una figura central. Desde 1955 empieza a pintar en blanco y negro y toma como base estructural un cuerpo, en este caso el de un hombre clavado a una cruz. Utiliza un soporte elemental para formular una acción y una protesta, para no sumirse en una actividad pictórica sin control.
José Ayllón en su artículo La pintura en blanco y negro[4] explica que la utilización de estos dos colores no se debe a un deseo de austeridad sino a la necesidad de descargar una tensión emocional acumulada por el artista. El pintor polariza toda su energía y la plasma en una lucha entre los dos colores extremos, que le permiten un intenso medio dramático de expresión. Con este duelo entre el blanco y el negro se resumen las distintas fuerzas que operan en el ser humano. Es un problema de orden moral más que estético.

[1] Saura, A., 1999, p.17.
[2] Toussaint, L., 1983, p.233.
[3] Ídem.
[4] Ayllón, J., 1959, pp.112-216.

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